Discos que no son de ahora, pero da igual



Ida
“Lovers Prayers”
(Polyvinyl Records, 2008)

Hay momentos en la vida en que escuchar un disco de The Carpenters puede que no sea la peor decisión del mundo: esperando un tren mientras anochece lentamente o dentro de un coche, de camino a un refugio de montaña, en fechas navideñas. Pillais la idea, no? Son esa clase de momentos los que evoca mi -ejem- alma cuando escucho “Lovers Prayers”, el séptimo disco de los neoyorquinos Ida. Al igual que sucede con los Carpenters, escuchar estas cancioncillas fuera del contexto para el que fueron creadas podría tener resultados catastróficos, pero eso es algo que sucede con cualquier tipo de música. Al fin y al cabo, nadie en sus cabales escucharía a NWA, por ejemplo, de camino a un refugio de montaña, en fechas navideñas. Y es que nadie te obliga a escuchar un disco fuera de contexto y yo ya os he dado pistas de qué tipos de momentos pueden ayudar a que disfruteis de este grupo, así que avancemos, por favor.

Supongo que se podría describir a Ida como unos Low bastante menos tenebrosos y extáticos y desde luego mucho más agradables. A uno no le vienen ganas de suicidarse escuchando a Ida, que es algo que pasaba a menudo con los grandes discos de Low (“A Secret Name”, sobretodo), es más bien ese juego de voces chico-chica excelentemente interpretado que yo personalmente podría escuchar durante horas en el caso de Ida y esa instrumentación tirando a austera que se escucha por debajo.

El núcleo de Ida está formado por Daniel Littleton y Elizabeth Mitchell, que formaron el grupo en 1992 y que han seguido una trayectoria parecida a la de muchos grupos que se formaron después del boom de Nirvana: empezaron en un sello indie (en este caso Simple Machines, dirigido por dos chicas que estaban en los estimables Tsunami, si mal no recuerdo), luego fueron a una multinacional para, al cabo de un tiempo, acabar volviendo al redil independiente. No sé, hay algo en “Lovers Prayers” que te dice que este grupo lleva quince años funcionando: todo suena como se supone que debería sonar (produce un tio que se ve que era miembro de The Band -a quien cojones le importa, es una buena pregunta-), las estructuras de las canciones son razonablemente sorprendentes (es decir, las vas haciendo tuyas a medida que se suceden las escuchas) y el sonido es francamente original (mucho piano, guitarras arpegiadas, algún violín y en general muy poca batería), pero siempre está al servicio de las necesidades de la canción. Todo suena fresco y auténtico, como sonarían los ajos tiernos si fueran canciones.

Littleton y Mitchell están enamorados el uno del otro y no tienen ningún problema en cantar sobre este Sentimiento Llamado Amor, que hace que la gente se cambie de jersei tres veces antes de salir, por ejemplo. Las letras bordean peligrosamente el terreno de lo embarazoso (me niego a decir “ñoño”) sin caer plenamente en él en ningún momento, aunque es verdad que tampoco se apartan del tema “te quiero, este sentimiento es maravilloso y no puedo evitar sentir un impulso creativo que viene de él y que se apodera de mí, tira de mí”. Es como si fuera una obra conceptual sobre lo guay que es estar enamorado, que es algo que puedo disfrutar perfectamente porque no acostumbro a escuchar muchos discos que giren entorno a este concepto y porque Ida saben hacerlo de manera que no sea una puta mierda empalagosa. No sé si será problema mío o del mundo, pero a mí cada vez me resulta más difícil encontrar discos que me hagan sentir así.
 
Amoooor