La Iglesia del Odio de Ntra. Sra. del Esplendor Geométrico



Utilizar el transporte público tiene estas cosas: sentado en un asiento de un vagón de rodalies, mirando por la ventana, mientras el sol me calienta el flequillo. El tio de la fila de al lado es un tio corpulento, lleva zapatillas deportivas grandes de marca (aunque no tiene pinta de ser una persona muy atlética), gorra de beisbol con la visera en forma de U y gafas. Es un jodido oso polar que utiliza la Renfe y que lleva gorra. Está leyendo El Mundo Deportivo. Ocupa mi campo visual de manera diáfana, con lo que puedo observarlo atentamente sin dar el cante. A la altura de Montcada, el tio deja el diario a un lado. Rebusca en sus bolsillos, parsimoniosamente (no se va a bajar en Montcada, por lo que parece). Saca un paquete de chicles, desenvuelve uno, se lo mete en la boca y, con toda la naturalidad del mundo, tira el papelito sobrante debajo de su asiento. Bien, Esplendor Geométrico son la banda sonora perfecta para el sentimiento que me invadio ante la visión de este -me direis- insignificante acto de incivismo: la certeza total y absoluta de que el tio grande con la gorra de beisbol Reebok merece morir porque es un verdadero parásito Y SIEMPRE LO SERÁ. Por supuesto, no lo digo en serio. Ya me entendeis. Este sentimiento totalitario de que hay gente incívica como el oso polar que merece morir y que hay personas cívicas como yo que deberían tener el derecho de ser los verdugos, este sentimiento, digo, me asalta de vez en cuando, sobretodo por cuestiones de tráfico rodado (ya ves tú). Son sentimientos que hacen que me odie a mí mismo un poco, pero qué cojones, odiar es un hobby muy adictivo. Yo creo que soy cívico para poder odiar a los que no lo son.


Esplendor Geométrico me hacen sentir bien con el odio que siento hacia los osos que tiran papeles. Cuando un tio de más de cuarenta años (el diplomático español Arturo Lanz) ataviado con un forro polar mercadillero grita incoherencias ante tus ojos por encima de un maelstrom industrial a doscientos decibelios de altura, te sientes bien, porque te sientes acompañado en La Iglesia del Odio. Los conciertos y los discos de Esplendor Geométrico (perdonad que escriba tantas veces su nombre, pero es que me encanta la sonoridad de estas dos palabras juntas) son una verdadera celebración de lo Jodido. Lo que los anglosajones llaman Angry Music, ya sabeis. Era Angry Music cuando empezaron hace veintinueve años y es Angry Music ahora. Además, es una celebración que tiene mucho de racional, de obsesivo-compulsivo (electrónica industrialosa en las formas) y uno no puede dejar de pensar que el motor creativo del grupo, Arturo Lanz, lleva un montón de años viviendo en una dictadura comunista y en cómo este hecho ha condicionado su personalidad artística y bla y ble y blu.

Datos irrelevantes sobre Esplendor Geométrico que casi todo el mundo conoce: su primer single se llamaba "Necrosis En La Poya"; antes estaban en Aviador Dro (Movida Madrileña, uuuuh!); Arturo Lanz es diplomático, pero en realidad fue espía en los servicios de inteligencia españoles. Otra cosa que hace que Esplendor Geométrico sea un grupo Guay es el origen arty del nombre del grupo: un poema futurista del escritor italiano Filippo Tomasso Marinetti. Han publicado un millón de singles, cassettes y discos y todos los que he podido escuchar mantienen un alto atractivo artístico. Grandes bandas de la historia de la música electrónica como Autechre o Pan Sonic no serían lo mismo si Esplendor Geométrico nunca hubieran existido.
Dentro de cincuenta años la gente seguirá escuchando discos de Whitehouse o de Esplendor Geométrico porque seguirá existiendo gente aficionada al Odio. Amén.